Mañanas de otoño, gélidas, la bruma
nos entretiene en la humedad del tren.
Y los rostros los mil rostros de los
que buscan a diario la ilusión de poder ser sin muchas veces lograrlo.
Viendo estos seres que apiñados
están en este momento insignificante de un tiempo ya escrito recorriendo el sino del destino cotidiano.
Dos mujeres curtidas por los años
y los silencios, de sus manos lastimadas en los días de cumplir los mismos
ritos.
Se besan y despiden en cualquier
estación que no importa, con los ojos huecos, melancólicos para seguir
subsistiendo en este instante.
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